viernes, 26 de noviembre de 2010

Edad Media: Trovadores


Los Trovadores

César Cantú



Ornamento y vida de las fiestas de la edad media eran los poetas, a menudo confundidos con los bufones y juglares. Muy distintos eran los Trovadores, primeros poetas de la moderna civilización. En la Provenza se conservaban vestigios de la sociedad romana en los municipios, en la lengua, en el comercio; y durante la larga paz que ofreció el reinado de príncipes nacionales, pudo florecer la literatura, cultivada por apasionados cantores. Valiéndose de la lengua de oc, inspiráronse éstos en la gaya ciencia para cantar a las damas y a los caballeros, las armas, los amores, la cortesía y las audaces empresas. Sus poesías líricas son mejor apreciadas al canto que a la lectura. Introdujeron la rima, ya iniciada por los Latinos de la decadencia. No afectaban erudición, ni imitaban a los clásicos, que probablemente desconocían; expresaban sentimientos, disponiendo las palabras de manera que produjeren buen efecto al oído, y agradasen a caballeros y a damas ignorantes en punto a bellas letras. La mayor parte de sus composiciones son amorosas; de vez en cuando se complacen en versificar sobre cosas y personas sagradas, o ensalzan a los valientes y satirizan o hieren a los cobardes y a los tiranos; o bien cantan aventuras, cuyo protagonista es con frecuencia el mismo Trovador. Iban de castillo en castillo, celebrando a las bellas y a los paladines, y ganando así trajes y comida, y brillaban sobre todo en las cortes privadas y en los torneos. Algunos alcanzaron fama duradera, como Bertrand de Born, Princivalle de Oria, Pedro Cardenal, Bernardo de Ventadour, Rambaldo de Vaqueiras, Pedro Vidal, Sordello de Mantua, Maestro Ferrari de Ferrara.

La lengua y la literatura provenzales fueron trasladadas luego a Aragón, donde los Trovadores continuaron por mucho tiempo. Enrique, marqués de Villena, indujo a Juan I de Aragón a instituir en Barcelona una academia por el estilo de la de Tolosa; pero fue de breve duración. A mediados del siglo XV, compuso versos en aquella lengua Ausiàs March de Valencia, a quien se ha querido comparar con Petrarca, tanto por su mérito como por sus aventuras. Omitimos a otros de menos importancia.

Uno de sus méritos consistía en tener siempre dispuestas relaciones con que amenizar los banquetes y las tertulias. La viva imaginación de aquellos tiempos había mezclado con la verdadera historia, y mayormente con la sagrada, una infinidad de narraciones apócrifas, de aventuras extravagantes, que hasta mucho tiempo después sirvieron de asunto a las bellas artes. En aquellas leyendas tomaba gran parte el diablo, que personificaba la inclinación mala del hombre, y aparecía con frecuencia vencido y burlado. A veces las artes, por no haber expresado bien un pensamiento, o también los símbolos mal interpretados, daban origen a leyendas. Pintábase a San Nicolás de Mira teniendo al lado tres catecúmenos sumergidos en la fuente bautismal, y de figura más pequeña para indicar su inferioridad; el vulgo creyó que eran tres niños y que el santo les había resucitado y sacado de la caldera donde cocían para cumplir un impío voto. El cerdo, que a los pies de San Antonio debía significar la victoria de este santo sobre el enemigo infernal, dio lugar a extravagantes leyendas. Muchísimas eran los que tendían a excitar la devoción y a aumentar los sacrificios por los pobres muertos. A veces, estas leyendas toman la extensión de novelas como los Siete durmientes, el Barlaam y Josafat.

La devoción no era la única que inspiraba las narraciones de aquel tiempo; y el patriotismo, la fidelidad en amor y la execración de las guerras civiles formaban con frecuencia el asunto de las novelas. El amor patrio atribuía a cada ciudad orígenes troyanos o apostólicos, y la hacía teatro de los más extraordinarios acontecimientos. Las novelas que se inspiraban en la caballería, fabulaban la historia de Arturo, de Merlín, de Carlomagno, de Alejandro; y las que se inspiraban en la vanidad de familia, inventaban genealogías y las llenaban de héroes. Muchas fueron tomadas de los Orientales, como las Mil y una noches, El libro de los siete consejeros, del indio Sendebad, las fábulas de Kalila y Dimna; y fueron la fuente donde bebieron los poetas posteriores. Innumerables son las novelas que siguieron, y han adquirido celebridad Los reales de Francia, el Guerino Mezquino, el Orlando enamorado y el Furioso.

Muchas de aquellas historietas sobrevivieron y parecen superiores a cuanto se inventó después, como la de Imelda de Lambertazzi, de Julieta y Romeo, de Pía de Siena, de Francisca de Rímini, de Pedro Baliardo, de Guillermo Tell, de Ginebra de Almieri, de Don Juan y de Fausto.





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