lunes, 11 de octubre de 2010

Vida y obra de Juan Ruiz


Vida y obra de Juan Ruiz


Este libro de tan alto y significativo nombre -Libro de Buen Amor1- fue compuesto en aquel lugar lamentable «donde toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste ruido hace su habitación». Dígase claro que su autor estaba preso cuando le escribió2. Mas la aspereza y desabrimiento del lugar, no engendró un libro amargo y desalentado, como el de Silvio Pellico, ni versos desgarradores y dolientes, como los del autor de la Lira Focia, sino un libro claro, jocundo, desasosegado y burlón; a veces libertino, a veces gravemente moralizador; unas, urbano, otras, transcendiendo a flores rústicas y montaraces. Se le ha comparado con Rabelais y con Chaucer, y más cerca está de la minuciosa erudición del autor del Parlement of foules, que de la machuna alegría gala del padre de Pantagruel. Es un libro español, y, más aún, castellano; y al través del grave metro del mester de clerecía, ondula y vibra el espíritu nacional, elegante y señor, sobreponiéndose y dominando a los amables horrores y libertinas licencias que relata. Y para referir tanto suceso, el rígido y bronco romance, que en el Poema del Cid suena al paso de andar de los férreos barraganes, y en Berceo se apoya en clericales rodrigones latinos, en este libro aparece suelto, destrabado, ágil, gracioso, a veces un poco femenino, inflamado por una poderosa y lírica inspiración.

Su autor se llama Juan Ruiz, de menester arcipreste de Hita, en la Provincia de Guadalajara3. Vivió a mediados del siglo XIV, siendo arzobispo de Toledo Don Gil Albornoz (1337-1367) y reinando en Castilla el señor rey Alfonso XI. Unos creen que fue natural de Alcalá, otros que de Guadalajara. Murió antes de 1351, pues en una donación hecha por el arzobispo D. Gil, en 7 de enero del dicho año, ordena al arcipreste de Hita, Don Pedro Fernández, ponga en posesión al monasterio de San Blas de Villaviciosa de una casa y heredad, objeto de la donación. Si Juan Ruiz no había muerto para esa fecha, desempeñaría otro cargo; lo cierto es que en 1351 no era arcipreste de Hita.

Y éstas son todas las noticias biográficas que de él se conservan.

Fue el arcipreste grande de talla, de piernas y de brazos; pequeñas boca, manos y pies. La cabeza grande y poderosa, ancho de espaldas, orejudo y velloso, y con las cejas negras y apartadas. El talante erguido y sosegada la andadura4.

El Libro de Buen Amor es la obra más importante del siglo XIV.

Pertrechado el autor de casi toda la erudición de su siglo, aprovecha y explota todas las canteras para la producción de su obra. Apólogos latinos y orientales, fabliaux, el libro de Vétula, Virgilio y sus leyendas, Ovidio y su poema, etc., todo lo utiliza, haciendo de su obra un inmenso mosaico vigorizado, animado y espiritualizado por sus geniales atisbos y sus aciertos plenos. Tan poderosa y fecunda es su vena creadora, que el elemento utilizado queda exhausto y sin valor junto al resultado que el arcipreste obtiene. Apenas hay verso del largo libro que no esté lleno de jugo y vigor. Jugo y vigor, ciertamente, un poco excesivos en algunos puntos de vista y que tienen fragancias que transcienden a flores pecaminosas, semejantes, y algunas no inferiores, a las ficciones con que el cuentista de Florencia intentaba distraer a su galante auditorio del espanto de la peste.

Toda la sociedad picaresca del siglo XIV aparece pintada en este libro con soberanos y definitivos trazos: endicheras, danzaderas, tahures, troteras, etc., están descriptos en versos ágiles y nerviosos. Y, sobre todo, esa inmortal Trotaconventos con sus arterías y trampantojos, madre de todas las Celestinas que cundieron por la Literatura española. Y en este libro va remozado y jovial el puro espíritu castellano, sin trabas ni ataduras, como sólo aparece más tarde en el otro arcipreste, no menos magno, autor de El Corbacho, y en el otro clérigo, desenvuelto y audaz, que escribió la historia de la Lozana Andaluza. Visión luminosa y clara de la vida, sin que el demasiado «recordar la natura» turbe el alto ímpetu de poderosa espiritualidad. Y esto lo tuvo como el que más, el de Hita, siendo el precursor y el maestro de todos los castizos humoristas, antes y después de que la desviación interna de la raza produjera aquella literatura de decadencia, amarga y ceñuda, que floreció con los últimos Austrias. El Libro de Buen Amor es un libro picaresco, pero sin la desgarrada implacabilidad del Gran Tacaño, ni la acedía endechosa de Mateo Alemán. Como un claro reír suenan las coplas del arcipreste, cuya vida, toda llena del amoroso ejercicio, es característica de aquellos tiempos revueltos y turbulentos de Alfonso XI, agigantados trágica y épicamente en los apasionados días de Pedro el Cruel o el Justiciero. Se ha querido presentar al arcipreste como un moralizador que pinta al vivo la carroña que le rodea, pero ya está suficientemente probado que no fue su vida, poco edificante, una excepción.

Cuatro son las Cánticas de serrana que el prodigioso arcipreste intercaló en su Libro de Buen Amor5. Pero la diferencia que existe entre las serranas y vaqueiras provenzales y las que encuentra el galante arcipreste en sus andanzas por la sierra, es enorme. «El Arcipreste, más bien que imitar la poesía bucólica de los trovadores, lo que hace es parodiarla en sentido realista. Sus serranas son invariablemente interesadas y codiciosas, a veces feas como vestiglos, y con todo eso, de una acometividad erótica digna de la serrana de la Vera que anda en los romances vulgares.»6 No es exclusiva esta codicia y liviandad de las serranas de Juan Ruiz, y numerosos ejemplos de las vaqueiras y pastoras provenzales lo prueban. Poderosísima era la vena satírica del arcipreste y profundo su espíritu parodista, pero salto tan brusco de la atildada elegancia y belleza de las serranas portuguesas y provenzales a la fealdad monstruosa y grosera codicia de las del Libro de Buen Amor, pueden medianamente explicarse sólo con esas dotes del autor. La casi coexistencia de esas cánticas de serrana con la serranilla de la Zarzuela7, muestra única de una serranilla de origen popular, indica la existencia anterior de este tipo de serrana «feroçe, espantosa» que más tarde reaparece en Bocanegra, Mendo de Campo, Carvajales y otros poetas cortesanos del siglo XV, aunque ya con forma puramente lírica y más bien como motivo poético que reproducción realista8. Queda, aparte de los verdaderos modelos y de la cierta intención de Juan Ruiz, el arranque lírico, la sensación de tosquedad silvestre, la admirable visión poética que aúpan el nombre del autor a la alta región de los impares. Por eso ha podido decirse con absoluta evidencia de sus cánticas de serrana, que anticipandose «en cien años a las serranillas y a las vaqueiras de Santillana, incapacitan a éste para figurar como el primer gran poeta lírico de Castilla»9 y Amador de los Ríos, aun reputando al prócer como el «rey de las serranillas, no sacó por cierto -añade- grandes ventajas a Juan Ruiz en estas graciosas pinturas»10.

Al mismo tiempo es J. Ruiz un alto y efusivo poeta mariano, y en las cánticas y gozos a la Virgen se manifiesta ingenuo y fervoroso, como Berceo y los demás poetas y trovadores que en los Cancioneros han dejado muestras de su devoción, un poco madrigal, un tanto letanía profana, por la Gloriosa.

A. ÁLVAREZ DE LA VILLA
Extraído de:

El libro completo de Juan Ruiz lo puede consegui en este mismo sitio:

Libro de Buen Amor: Influencia árabe y judía


Pieter Brueghel “el Viejo”: Combate entre el Carnaval y la Cuaresma (fragmento)


LAS INFLUENCIAS ÁRABE Y HEBREA


La forma autobiográfica amorosa de que se sirve el Arcipreste para escribir su libro es muy poco frecuente en la literatura europea medieval en lengua romance, aunque hay algunos ejemplos de literatura latina de la misma época en que se utiliza este recurso. De ahí que la crítica haya intentado rastrear en las posibles analogías con otras literaturas en que se hubiera podido sostener Juan Ruiz a la hora de redactar su libro.

Unos, como Américo Castro y María Rosa Lida de Malkiel, han investigado en la literatura semítica. Otros, como Claudio Sánchez Albornoz o Francisco Rico, han negado el predominio de tales influencias y han buscado las huellas en la tradición occidental.

Américo Castro, en su libro España en su historia, nos presenta un estudio en el que afirma que la figura literaria y humana del Arcipreste sólo se puede entender si se le considera producto de una civilización arabizada. De ahí que lo llame —a efectos literarios— un “clérigo mudéjar”. Resumiendo su tesis, destaca los siguientes aspectos:

El fondo psicológico islámico. Para el musulmán no existía el pecado original, y esa “ausencia de culpa” daba lugar a que no se estableciera una escisión entre el goce de los placeres sensuales y el ascetismo más rígido, que en la moral cristiana son incompatibles. Esta contradicción, tanto psicológica como moral y cristiana, la resuelve el Arcipreste mediante el humorismo, que le permite la transición entre una y otra actitud.

Rasgos de la literatura árabe. La alternancia entre partes narrativas y líricas, con el uso de la poesía para metaforizar o ejemplificar lo antes tratado en forma narrativa, era un procedimiento típico de los autores árabes. En el libro del Arcipreste se manifiesta por la continua alternancia entre las partes narrativas en cuaderna vía con las partes líricas en versos de arte menor, que ilustran lo tratado con anterioridad. La tendencia al anecdotismo y a la forma autobiográfica serían otras características tomadas de la literatura árabe medieval.

El collar de la paloma, libro de Ibn Hazm de Córdoba. Según las tesis iniciales —que luego matizaría en una revisión de su libro, titulado ahora La realidad histórica de España— de Américo Castro, Juan Ruiz habría conocido este tratado sobre el amor de este musulmán cordobés del siglo XI, del que pudo haber tomado la forma de la autobiografía amorosa y la alternancia —anteriormente mencionada— entre lo narrativo y lo lírico. Además, recogería de él algunos tópicos del amor, figuras como la alcahueta (los nombres con que son conocidas estas terceras, sus costumbres, etc.), los guardianes, el mensajero que sustituye a su amo… o temas como los efectos que el amor produce en el amante:

Para Américo Castro El collar de la paloma guarda semejanzas con el Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita en el que Castro ve un reflejo de la estructura literaria de la obra de Ibn Hazm. La narración seguida de glosa moral, la reiteración de temas análogos, el doble y reversible sentido de cuanto se dice, todo ello se encuentra en El collar… y en otros tratados árabes de ascética y mística.

Es sin duda, una tarea arriesgada intentar establecer un paralelismo entre dos libros, de tan magnífica importancia, como son el Libro de Buen Amor y El Collar de la Paloma. Sabemos que son varios los siglos que separan a ambos; Ibn Hazm, autor del Collar vive entre el 994-1064 d.C.; y Juan Ruiz entre 1295-1333? d.C. Los dos libros tratan el tema del amor, y coinciden en varios puntos; los dos son producto de una experiencia personal, y la “alternancia del verso y la prosa (en El Collar…) es equivalente al Libro de Buen Amor a la alternancia entre lo lírico y lo narrativo, la falta de límites precisos entre amor espiritual y amor físico, la presencia de intermediarios y terceros…”

El libro de Ibn Hazm se conserva en una refundición del s.XIV, pero Castro ignora si Juan Ruiz lo conoció por tradición escrita u oral, viva ésta última en cualquiera de las miles de personas capaces de entender lo esencial de ambas lenguas.

Por su parte, Sánchez Albornoz no está de acuerdo en enmarcar el libro del Buen Amor en la tradición literaria hispano-arábiga. Para don Claudio existen grandes diferencias tanto en la vida como en las obras de Juan Ruiz y de ibn Hazm. Este último tuvo, como vimos, una vida inquieta, muy opuesta por tanto a la del clérigo castellano: sedentario, cauto, humilde, anclado en lo popular y contagiado del naciente espíritu burgués.

Y esta misma divergencia se observa en sus obras. El poeta cordobés tiene del amor la ambigua idea de los andaluces de su generación, que no excluía las «amistades particulares», ni la sentimental inclinación de varón a varón. Mientras que en la obra del Arcipreste de Hita triunfa la simplista concepción heterosexual del amor de la Castilla de su época, enmarcada en la monogamia y a lo sumo claudicante ante la barraganía.

Sánchez Albornoz piensa que si el Arcipreste hubiese conocido la obra de Ibn Hazm habría tenido a su disposición una magnífica e inagotable cantera de ideas, reflexiones, noticias que aprovechar en su Buen Amor. Respecto a la figura de Trotaconventos, Sánchez Albornoz piensa que la tercería debió de estar muy arraigada en la corrompida sociedad del primer siglo del Imperio Romano e iría creciendo a medida que la renovación de la moral por obra del cristianismo y la crisis creciente de la vida urbana fueron dificultando el libre juego del amor. Por lo que afirma que de la España musulmana sólo aceptaron los cristianos el nombre, no la institución, como ocurrió con otros términos.

Américo Castro afirma que Juan Ruiz en el Libro de Buen Amor había dado un contenido cristiano a lo que está expresado en el Collar de la Paloma de Ibn Hazm. La combinación de lo alegre y lo moralizante en el Libro de Buen Amor, lo atribuye Castro a la familiaridad del Arcipreste con la vida islámica, de los que se conocen muchos casos. También califica la obra de Juan Ruiz como didáctica, diciendo: “es didáctica, porque es también didáctica y sermoneadora la literatura islámica”.

La combinación de lo narrativo y lo lírico en el Libro de Buen Amor, para Castro, no es más que el eco de obras árabes que alternan entre el verso y la prosa, como es el caso de Las Mil y Una Noches o la obra de Farazdaq, un poeta del siglo VII. Para Castro, “es islámica la idea central del libro, o sea, la experiencia erótica en doble vertiente, impulso sensual, freno ascético”.

En resumen, Castro piensa que el libro del Arcipreste se mueve de una manera clara, en un ambiente mudéjar.

En cambio, Claudio Sánchez Albornoz tomó una postura totalmente opuesta a la de Castro, negando muchas de las influencias árabes en el libro y rechazando totalmente cualquier vinculación entre el Buen Amor y el Collar. Albornoz adopta la tesis del traductor del Collar E. García Gómez que califica de muy discutibles las influencias del Collar en el Buen Amor.

El concepto del amor para Ibn Hazm es un motivo de polémica para Albornoz que rechaza la tesis de Castro, este último califica el amor de Ibn Hazm de exquisito, diciendo de él: “convierte la experiencia sentimental en un ocaso irisado de bellezas”.

En cambio, Albornoz pone en duda que Ibn Hazm haya sido un adepto de la teoría udrí sobre el amor, y piensa que “el asceta cordobés tiene del amor la ambigua idea de los andaluces de su generación; que no excluía las “amistades particulares”… se proyecta desde la poligamia al lícito coito con esclavas”.

Pero se puede apreciar a través de la obra de Ibn Hazm que el amor es para él, casi siempre, un sentimiento noble y elevado, es la unión de los seres, una unión espiritual antes de ser corporal.

Por otra parte, Albornoz afirma que “ninguno de los pasajes del Buen Amor, que Castro cita, tiene en verdad vinculación directa con los del Collar por él alegados”. Esta afirmación carece de base y fundamento porque esta supuesta relación directa, quizá, se revele algún día.

Y pone Albornoz en duda el enraizamiento del Libro de Buen Amor en la tradición hispano-islámica, y la frecuente aparición del tema de la tercería amorosa, punto que todos los estudiosos resaltaron y vieron en él una influencia clara de la vida popular y la tradición islámica. “Es indudable que no pudo dejar de tener influencia en Juan Ruiz la literatura y autores árabes…. Juan Ruiz no necesitaba mencionar en su libro a los autores árabes y a sus trabajos para que reflejaran tal influencia, como tampoco se desprende que los citados por él le hayan marcado un sello distintivo, pues su obra es una auténtica creación con contenido popular y significación de lo social de España”.

Existe una cierta cantidad de elementos y huellas árabes en el Libro de Buen Amor, que se manifiestan en el léxico y en la cantidad de arabismos que el Arcipreste usa en sus estrofas, los cantares, bailes, etc. Algunos de sus personajes como la mora visitada por Trotaconventos y algunos conocimientos del Arcipreste se deben a las fuentes árabes, o por lo menos a la convivencia con la cultura popular como, por ejemplo, sus conocimientos astrológicos… etc.

Estas influencias no son de extrañar, si tenemos en cuenta la época en que fue escrito el libro y las circunstancias que rodearon a su autor. En el siglo XIV Castilla y especialmente Toledo, donde realizaba el Arcipreste sus actividades religiosas, fueron lugares donde convivieron la cultura cristiana y la musulmana y se fundieron y mezclaron, dando lugar a unas influencias mutuas que encontramos en la lengua, las costumbres y la forma de vida.

Sobre las influencias de El collar de la Paloma de Ibn Hazm en el Libro de Buen Amor, si no tenemos pruebas suficientes de que el primero fue una fuente fundamental para el segundo, sí tenemos bastantes huellas de influencias, paralelismos, coincidencias, etc. entre las dos obras.

En resumen, encontrar influencias musulmanas o árabes o algún elemento de lo musulmán o lo árabe en el Libro de Buen Amor, no le resta valor, como lo han interpretado y comprendido algunos investigadores y estudiosos que han intentando alejarlo de cualquier clase de tales influencias, negando ciegamente toda relación con lo árabe y lo musulmán.

Américo Castro, hace tiempo, señaló una serie de correspondencias entre El collar de la paloma y el Libro de Buen Amor. Por su parte, Emilio García Gómez, en el prólogo a su traducción de la obra de Ibn Hazm, repite el cotejo, pero suprime algunas comparaciones que, a su juicio, le parecen insignificantes o forzadas. Entre las que García Gómez considera representativas figura la siguiente, perteneciente al capítulo 11, que lleva por titulo: “Sobre las señales del amor”.

Otra de las señales [del amor] es que el amante dé con liberalidad… Por el amor los tacaños se hacen desprendidos; los huraños desfruncen el ceño; los cobardes se envalentonan; los ásperos se vuelven sensibles; los ignorantes se pulen; los desaliñados se atildan, los sucios se limpian; los viejos se las dan de jóvenes.

El amor faz sotil al ome que es rudo
fázele fabrar fermoso al que antes es mudo,
al ome que es cobarde fázelo muy atrevudo,
al perezoso faze ser presto e agudo,
al mançebo mantiene mucho en mançebez
al viejo faz perder muy mucho la vejez.

[estrs. 156-157]

Pero estas señales del amor, según la concepción de Ibn Hazm, no sólo fueron conocidas en la España cristiana, sino también en la Francia de Oc y de Oil. Mucho antes que el Arcipreste de Hita, se hablan hecho eco del juicio de Ibn Hazm otros autores de allende el Pirineo.

De El collar de la paloma, del párrafo anteriormente citado y otros, encontramos referencias y paralelismos en la célebre obra de Andreas Capellanus o Andrés el Capellán denominada De amore ,que está tan próxima a Ibn Hazm como alejada de Ovidio, en el capítulo de significativo título, “Quis sit effectus amoris” (¿Cuáles son los efectos del amor?), se dice así:

Effectus autem amoris hic est, quia verus amator nulla posset avaritia offuscati; amor horridum et incultum omni facit formos también itate pollcre, infimos natu etiam morum novit nobilitate ditare, superbos quoque solet humilitate beare”

[Éste es el efecto del amor, ya que el verdadero amante no puede ser ofuscado por la avaricia; el amor hace que el rudo e inculto brille con toda hermosura, sabe también enriquecer a los de ínfimo nacimiento con nobles costumbres, y también suele proporcionar humildad a los soberbios.]

El paralelismo con el texto anterior del poeta cordobés parece significativo.

Casi nada sabemos de Andrés el Capellán. El único dato de su vida que parece seguro es que fue capellán de la corte real de Francia, pues así se nombra a si mismo en el primer libro de su tratado De Amore: «Capellani regii Francorum de Amore libri tres»; y como capellán de la corte francesa aparece también en numerosas cartas datadas entre los años 1182 y 1186, en una de ellas junto a la condesa María de Champagne, hija de Leonor de Aquitania y de Luis VII, rey de Francia. G. Vinay, basándose en la lectura de ciertos párrafos del tratado de De amore, piensa que Andrés el Capellán viajó mucho: “Mundi namque partes plurimas circuivi” [He recorrido muchas partes del mundo]. De ser cierta esta noticia, y no literaria, podríamos pensar que Andrés hubiera podido haber conocido en España o en el Oriente de las Cruzadas la obra de Ibn Hazm, escrita en el año 1022. Bastante más de un siglo después, tal vez cerca de dos, debió escribirse, en cambio, el tratado de Andrés el Capellán, aunque no sabemos a ciencia cierta la fecha de su composición. Según R.R. Bezzola fue redactado entre los años 1184 y 1186. Según G. Vinay la composición se llevó a cabo en un periodo más largo, quizás entre 1174 y 1198, fechas de una carta enviada por Maria de Champagne, citada en la obra, y de la muerte de la misma respectivamente.

Pero lo único seguro es que fue compuesta antes de 1238, año en que Albertano de Brescia se refiere al tratado De amore en su obra De dilectione Dei et proximi el aliarum rerum et de forma honestae vitae, y, tal vez, no mucho antes si aceptamos la opinión de P. Dronke, según la cual obras como la Disputa de Filis y Flora, el Concilio de Remiremont, el Facetus o el Pamphilus fueron conocidos por Andrés el Capellán.

En cuanto al contenido del tratado De amore, pueden señalarse vagas relaciones, a veces insignificantes y forzadas, con las obras de Ovidio. Pero el escaso valor probatorio de estas relaciones, que aluden por lo general a lugares comunes, puede deducirse de los ejemplos que se citan a continuación:

Andrés el Capellán hace alusión a los temores que asaltan al enamorado: «Pues teme que, si fuese pobre, su dama desdeñe su pobreza; si es rico, sienta un gran temor de que su pasada avaricia le perjudique; y, a decir verdad, no hay nadie que pueda describir los temores de un enamorado». En este pasaje se ha querido ver un eco de Ovidio: «Pocos placeres y muchas penas, es el lote de los amantes; preparan pues el ánimo para numerosas pruebas» (Ars Amandi, II, 515-517)

Según el tratado De Amore, el amante empieza a figurarse la forma del cuerpo de su amada, a detallar sus miembros, a imaginarse sus actos y a indagar los secretos de su cuerpo, deseando gozar plenamente de cada una de sus partes. Afirma Andrés el Capellán que los abrazos escasos y difíciles acrecientan el deseo de los enamorados e incrementan su pasión. Sin celos no puede existir un amor verdadero, declara Andrés el Capellán y añade que el amor aumenta si uno de los amantes se muestra irritado con el otro. Se crítica a la mujer que sólo ambiciona el dinero del amigo. Es causa que incrementa el amor, según Andrés el Capellán, la facilidad para decir cosas bellas… datos todos ellos, entre otros muchos que se encuentran en el Ars Amandi de Ovidio.

Todos estos ejemplos, que suponen relaciones tan vagas entre las obras de Ovidio y el tratado De amore de Andrés el Capellán, no prueban una influencia del primero sobre este último. Con esto no se quiere decir que el autor del De amore no conociese algunas de las obras de Ovidio, cuando menos parcialmente, pues sabido es que el autor latino despertó cierto interés en el siglo XII, y de hecho Andrés el Capellán reproduce algunas citas textuales de Ovidio, pero es curioso observar, que sólo una es atribuida paladinamente a Ovidio. En los otros casos se citan como si se tratasen de proverbios antiguos o tradicionales. Esto quiere decir, que Andrés el Capellán, en muchos casos, no conoció directamente las obras de Ovidio, sino que tuvo noticia sólo de sentencias parciales, que ni siquiera sabe suyas, a través de colecciones proverbiales eruditas, que circulaban entre los escolares de la alta Edad Media. Todo ello demuestra que el conocimiento aún de Ovidio era muy superficial en la obra de Andrés el Capellán. Y si era superficial el conocimiento del autor del Arte de amar, mucho más superficial fue su conocimiento de otros autores clásicos, que se citan como fuentes (Aristóteles, Virgilio, Horacio, Juvenal o Séneca), de los que no se pueden apenas señalar sino relaciones vagas y tópicas.

Coetáneo de Andrés el Capellán, es otro testimonio poético referente a los efectos del amor, en relación igualmente con la doctrina de Ibn Hazm. Efectivamente, un trovador provenzal, Aimeric de Peguilhan, quien por una aventura amorosa tuvo que huir de su país, refugiándose en Cataluña, desde donde pasó a Aragón, donde tributa elogios a Pedro el Católico, y después a la corte de Alfonso IX de Castilla, donde fue bien acogido y agasajado. Directamente, pues, en España pudo conocer la doctrina de Ibn Hazm, sin necesidad de ser deudor de Andrés el Capellán. En uno de sus poemas afirma, como el poeta de Córdoba, que el amor hace del necio elocuente, del avaro generoso; al truhán lo convierte en hombre fiel, al loco en sabio, al tonto en erudito, y el orgullo.

Todos estos ejemplos son testimonio de las interferencias de la cortesía árabe en la europea, más moderna que aquella. Efectivamente, de una conjunción feliz entre la antigua castidad o amor udrí, practicado por la tribu preislámica de los Banu ‘Udra o “Hijos de la Virginidad”, cuyo norte erótico, en definición de Emilio García Gómez”, era una mórbida perpetuación del deseo, del nasib o poesía amorosa de la casida clásica, del espíritu iraní y de las ideas neoplatónicas nacidas en el siglo XIII, en Alejandría y adoptadas desde muy temprano en medio iraquí, nace el espíritu cortés. En Bagdad, en el siglo Xl, el teólogo Ibn Dawud de Isfahán, en su Kitab al-Zahra o Libro de la flor, hizo la primera sistematización poética del amor platónico. Más tarde, en Al-Andalus, Ibn Hazm codifica el amor udrí en su delicioso El collar de la paloma. Varios siglos antes que en la lírica provenzal, se codifica, pues, en el mundo islámico el amor platónico, que se rige por iguales normas en ambos mundos.

En resumen, para Américo Castro el doble aspecto del libro refleja la doble herencia de culturas distintas: el conflicto entre el impulso vital y sensual heredado del ambiente islámico y el freno que le imponía la moral cristiana.

Sus tesis recibieron enseguida el apoyo de otros críticos. Oliver Asín mostró cómo el nombre de la monja doña Garoza deriva del árabe “alaroza”, que significa “la novia”; en este pasaje, Juan Ruiz muestra así mismo su familiaridad con las costumbres árabes, especialmente el uso de instrumentos musicales y formas de composición literaria —canciones de tema amoroso—. Dámaso Alonso estudió las características del prototipo de mujer bella que describe Juan Ruiz [estrs. 431-435], señalando numerosos rasgos que provenían, no de la literatura europea, sino de las descripciones habituales en la literatura árabe de la época.

La tesis contraria a la de Castro la defendió Claudio Sánchez Albornoz. En su libro España, un enigma histórico, rechaza frontalmente la influencia del libro de Ibn Hazm, así como que Juan Ruiz tomara ciertos temas de la literatura árabe, mostrando nuevas similitudes de la obra del Arcipreste con la literatura europea en lengua latina y romance. Para el hispanista inglés Gybbon-Monypenny, la forma autobiográfica del libro no vendría tampoco de la literatura árabe, sino de la europea, y cita como ejemplo la Vita Nuova de Dante y otros textos que se ven influidos por el amor cortés. Estas obras tomaban en serio el amor cortés, y el libro de Juan Ruiz no sería sino una versión paródica del mismo tema. Actualmente es Francisco Rico quien defiende con mayores argumentos la tradición occidental del Libro de Buen Amor. Para este crítico, la estructura de la obra se relaciona con la forma en que se conocieron las obras del corpus eroticum de Ovidio. Tanto en los libros de éste —el Ars Amandi, los Remedia Amoris, etc.— como en los falsamente atribuidos a él —especialmente De Vetula, el Ovidius puellarum o el mismo Pamphilus— pudo hallar perfectamente nuestro Arcipreste el modelo inspirador de la autobiografía amorosa didáctica e irónica, así como numerosos tipos literarios de los que aparecen en su libro, empezando por los distintos tipos de alcahuetes. Incluso en el único rasgo realista del retrato que del Arcipreste hace Trotaconventos (“la su nariz es luenga, esto le desconpón” [estr. 1486d] puede haber una alusión al segundo nombre de Ovidio: Nasón, es decir, “narigudo”. Además, la misma Biblia ofrece bastantes ejemplos que apoyan la eficacia de una enseñanza que se basase en la primera persona.

Por su parte, María Rosa Lida de Malkiel afirma que Juan Ruiz tuvo como modelo las maqãmãt de los poetas hispano-hebreos de los siglos XI y XII, y en especial el Libro de las delicias, del judío barcelonés Yosef ben Meir ibn Sabarra, compuesto en la segunda mitad del siglo XII, donde protagonista y narrador aparecen fundidos en un solo personaje, identificado con el autor, que actúa como eje de una acción en que se encuadran aforismos, proverbios, relatos paródicos, cuentos y fábulas, con una combinación del verso lírico y la prosa rimada.



http://jaserrano.nom.es/LBA/

Troveros y Trovadores



Trovadores y Troveros


En Francia durante el siglo XI tenemos a los Trovadores y Troveros. La principal diferencia entre ambos está dada en el dialecto en que se expresaban, respectivamente en la lengua de oc y en la lengua de oil (ambos términos: "oc" y "oil", significan "sí" en los respectivos dialectos). Ambos constituyen la más típica expresión de la vida cortesana y eran considerados poetas auténticos y creadores líricos, siempre en la búsqueda de rimas y ritmos (el primero de estos poetas de quien conocemos composiciones es el príncipe Guillermo IX (1071-1127), Conde de Poitiers), y eran tratados como clase privilegiada, al estar sólidamente introducidos en el ámbito aristocrático de la corte francesa.

Claro que entre ellos existen más diferenciaciones: los Trovadores -que eran propios del Sur- nos brindan una lírica sentimental y amorosa, mientras que los Troveros -situados al Norte- nos ofrecen una poesía heroica y caballeresca junto con la descripción de acontecimientos épicos y cortesanos.

Con un incremento notable en el número de composiciones trovadorescas (se conocen más de 300 poetas), Trovadores y Troveros eran consideradas figuras importantes, en contraposición con aquella del Juglar, vagabundo profesional, histrión y saltimbanqui, algo así como una versión burlona y grotesca de los dos primeros.

Y fue tan grande el éxito de la lírica y de la música trovadoresca que comienzan a ser recibidos en diversas otras cortes: son acogidos en las cortes españolas y en las del norte y sur de Italia, y llegan hasta Alemania, Inglaterra, y al imperio romano del Oriente. Tal era su popularidad que se pusieron muy pronto de "moda", dando lugar a un crecido número de interesantes imitaciones, y el modelo francés adquirió una universalidad tal que hasta los mismos autores italianos pusieron música a textos en lengua francesa. Otro ejemplo se da en Alemania, donde la canción trovadoresca encontró un terreno particularmente fecundo y dio origen a un género afín: el Minnesang, y surgen así los Minnesänger, la versión alemana de estos Trovadores y Troveros franceses.

Así está dado entonces el camino de la poesía en los primeros siglos siguientes al año 1000, en los que se observa un constante deseo por alcanzar horizontes más abiertos y libres. Y en este marco nace pues la obra musical y poética de los Goliardos, que eran estudiantes nómades que recorrían Europa, solos o en grupos, atraídos por la fama de cualquier centro de estudios o célebre maestro (claro que esta costumbre duró hasta mediados del S XIII, cuando la fama creciente de las Universidades de Bologna, París y Oxford -entre otras- los impulsó a convertirse en sedentarios y fijar su residencia cerca de ellas). A través de textos en latín cantados en coro y en diálogo, los Goliardos hacen una poesía juvenil, exaltando temas espirituales, políticos y morales, como así también el vino y el amor, en un intercambio continuo entre elementos sagrados y profanos. La mejor colección de los cantos goliárdicos son los Carmina Burana, que -a pesar de llegar a nosotros en una notación musical imposible de descifrar- se han rescatado unas poquísimas excepciones, melodías que fueron tomadas por compositores modernos, y que han dado la posibilidad de que sean conocidas por nosotros hoy en día.

Marisol Gentile
Directora y Compositora

Extraído de:
http://www.rosariarte.com.ar/contenidos/index.php?nota=84

I.F.D. Borges

I.F.D. Borges
En la Escuela Normal funciona el Borges