lunes, 11 de octubre de 2010

Vida y obra de Juan Ruiz


Vida y obra de Juan Ruiz


Este libro de tan alto y significativo nombre -Libro de Buen Amor1- fue compuesto en aquel lugar lamentable «donde toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste ruido hace su habitación». Dígase claro que su autor estaba preso cuando le escribió2. Mas la aspereza y desabrimiento del lugar, no engendró un libro amargo y desalentado, como el de Silvio Pellico, ni versos desgarradores y dolientes, como los del autor de la Lira Focia, sino un libro claro, jocundo, desasosegado y burlón; a veces libertino, a veces gravemente moralizador; unas, urbano, otras, transcendiendo a flores rústicas y montaraces. Se le ha comparado con Rabelais y con Chaucer, y más cerca está de la minuciosa erudición del autor del Parlement of foules, que de la machuna alegría gala del padre de Pantagruel. Es un libro español, y, más aún, castellano; y al través del grave metro del mester de clerecía, ondula y vibra el espíritu nacional, elegante y señor, sobreponiéndose y dominando a los amables horrores y libertinas licencias que relata. Y para referir tanto suceso, el rígido y bronco romance, que en el Poema del Cid suena al paso de andar de los férreos barraganes, y en Berceo se apoya en clericales rodrigones latinos, en este libro aparece suelto, destrabado, ágil, gracioso, a veces un poco femenino, inflamado por una poderosa y lírica inspiración.

Su autor se llama Juan Ruiz, de menester arcipreste de Hita, en la Provincia de Guadalajara3. Vivió a mediados del siglo XIV, siendo arzobispo de Toledo Don Gil Albornoz (1337-1367) y reinando en Castilla el señor rey Alfonso XI. Unos creen que fue natural de Alcalá, otros que de Guadalajara. Murió antes de 1351, pues en una donación hecha por el arzobispo D. Gil, en 7 de enero del dicho año, ordena al arcipreste de Hita, Don Pedro Fernández, ponga en posesión al monasterio de San Blas de Villaviciosa de una casa y heredad, objeto de la donación. Si Juan Ruiz no había muerto para esa fecha, desempeñaría otro cargo; lo cierto es que en 1351 no era arcipreste de Hita.

Y éstas son todas las noticias biográficas que de él se conservan.

Fue el arcipreste grande de talla, de piernas y de brazos; pequeñas boca, manos y pies. La cabeza grande y poderosa, ancho de espaldas, orejudo y velloso, y con las cejas negras y apartadas. El talante erguido y sosegada la andadura4.

El Libro de Buen Amor es la obra más importante del siglo XIV.

Pertrechado el autor de casi toda la erudición de su siglo, aprovecha y explota todas las canteras para la producción de su obra. Apólogos latinos y orientales, fabliaux, el libro de Vétula, Virgilio y sus leyendas, Ovidio y su poema, etc., todo lo utiliza, haciendo de su obra un inmenso mosaico vigorizado, animado y espiritualizado por sus geniales atisbos y sus aciertos plenos. Tan poderosa y fecunda es su vena creadora, que el elemento utilizado queda exhausto y sin valor junto al resultado que el arcipreste obtiene. Apenas hay verso del largo libro que no esté lleno de jugo y vigor. Jugo y vigor, ciertamente, un poco excesivos en algunos puntos de vista y que tienen fragancias que transcienden a flores pecaminosas, semejantes, y algunas no inferiores, a las ficciones con que el cuentista de Florencia intentaba distraer a su galante auditorio del espanto de la peste.

Toda la sociedad picaresca del siglo XIV aparece pintada en este libro con soberanos y definitivos trazos: endicheras, danzaderas, tahures, troteras, etc., están descriptos en versos ágiles y nerviosos. Y, sobre todo, esa inmortal Trotaconventos con sus arterías y trampantojos, madre de todas las Celestinas que cundieron por la Literatura española. Y en este libro va remozado y jovial el puro espíritu castellano, sin trabas ni ataduras, como sólo aparece más tarde en el otro arcipreste, no menos magno, autor de El Corbacho, y en el otro clérigo, desenvuelto y audaz, que escribió la historia de la Lozana Andaluza. Visión luminosa y clara de la vida, sin que el demasiado «recordar la natura» turbe el alto ímpetu de poderosa espiritualidad. Y esto lo tuvo como el que más, el de Hita, siendo el precursor y el maestro de todos los castizos humoristas, antes y después de que la desviación interna de la raza produjera aquella literatura de decadencia, amarga y ceñuda, que floreció con los últimos Austrias. El Libro de Buen Amor es un libro picaresco, pero sin la desgarrada implacabilidad del Gran Tacaño, ni la acedía endechosa de Mateo Alemán. Como un claro reír suenan las coplas del arcipreste, cuya vida, toda llena del amoroso ejercicio, es característica de aquellos tiempos revueltos y turbulentos de Alfonso XI, agigantados trágica y épicamente en los apasionados días de Pedro el Cruel o el Justiciero. Se ha querido presentar al arcipreste como un moralizador que pinta al vivo la carroña que le rodea, pero ya está suficientemente probado que no fue su vida, poco edificante, una excepción.

Cuatro son las Cánticas de serrana que el prodigioso arcipreste intercaló en su Libro de Buen Amor5. Pero la diferencia que existe entre las serranas y vaqueiras provenzales y las que encuentra el galante arcipreste en sus andanzas por la sierra, es enorme. «El Arcipreste, más bien que imitar la poesía bucólica de los trovadores, lo que hace es parodiarla en sentido realista. Sus serranas son invariablemente interesadas y codiciosas, a veces feas como vestiglos, y con todo eso, de una acometividad erótica digna de la serrana de la Vera que anda en los romances vulgares.»6 No es exclusiva esta codicia y liviandad de las serranas de Juan Ruiz, y numerosos ejemplos de las vaqueiras y pastoras provenzales lo prueban. Poderosísima era la vena satírica del arcipreste y profundo su espíritu parodista, pero salto tan brusco de la atildada elegancia y belleza de las serranas portuguesas y provenzales a la fealdad monstruosa y grosera codicia de las del Libro de Buen Amor, pueden medianamente explicarse sólo con esas dotes del autor. La casi coexistencia de esas cánticas de serrana con la serranilla de la Zarzuela7, muestra única de una serranilla de origen popular, indica la existencia anterior de este tipo de serrana «feroçe, espantosa» que más tarde reaparece en Bocanegra, Mendo de Campo, Carvajales y otros poetas cortesanos del siglo XV, aunque ya con forma puramente lírica y más bien como motivo poético que reproducción realista8. Queda, aparte de los verdaderos modelos y de la cierta intención de Juan Ruiz, el arranque lírico, la sensación de tosquedad silvestre, la admirable visión poética que aúpan el nombre del autor a la alta región de los impares. Por eso ha podido decirse con absoluta evidencia de sus cánticas de serrana, que anticipandose «en cien años a las serranillas y a las vaqueiras de Santillana, incapacitan a éste para figurar como el primer gran poeta lírico de Castilla»9 y Amador de los Ríos, aun reputando al prócer como el «rey de las serranillas, no sacó por cierto -añade- grandes ventajas a Juan Ruiz en estas graciosas pinturas»10.

Al mismo tiempo es J. Ruiz un alto y efusivo poeta mariano, y en las cánticas y gozos a la Virgen se manifiesta ingenuo y fervoroso, como Berceo y los demás poetas y trovadores que en los Cancioneros han dejado muestras de su devoción, un poco madrigal, un tanto letanía profana, por la Gloriosa.

A. ÁLVAREZ DE LA VILLA
Extraído de:

El libro completo de Juan Ruiz lo puede consegui en este mismo sitio:

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I.F.D. Borges

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