sábado, 19 de diciembre de 2009

La épica medieval en España



LA ÉPICA MEDIEVAL EN ESPAÑA


Las gestas castellanas

La escasez de textos genuinos.

Es bien cierto que, frente al centenar de cantares de gesta franceses conservados y que podemos leer con detención y estudiar con detalle, sólo ha llegado hasta nosotros una muy exigua manifestación de la épica medieval española: el Cantar del Cid y los cien versos del fragmento del Roncesvalles en su forma genuina, a lo que podemos añadir el tardío Rodrigo, la refundición culta del dedicado a Fernán González y extensos fragmentos del que versa sobre los siete infantes de Salas, aislados en la prosa alfonsí. Por mucha diferencia que pudiera existir entre el alcance cultural de Francia y de España, cuyas literaturas medievales van por caminos muy distintos, esta desproporción entre una y otra epopeya llama la atención y ha de tener alguna o algunas explicaciones.


Ya hemos llamado la atención sobre los dos tipos de manuscritos gracias a los cuales ha llegado hasta nosotros la epopeya medieval francesa: el utilitario manuscrito de juglar, como el de Oxford del Cantar de Roldán, y el manuscrito de biblioteca, muchas veces lujoso y ricamente ornamentado. El primer tipo, destinado al bagaje del juglar, por su pobre apariencia estaba destinado a perecer, y por esto son tan pocos los manuscritos juglarescos franceses persistentes, y es un auténtico milagro que se hayan salvado el del Cantar del Cid y las hojas del Roncesvalles, que son de este carácter. En cambio, el manuscrito de biblioteca, generalmente confeccionado para que un gran personaje pudiera leer antiguas leyendas, tenía en su formato, en la calidad de su caligrafía y en la belleza de su ornamentación la mejor garantía de conservarse, incluso en siglos poco interesados por la literatura medieval, y así llegar hasta nosotros.


La calidad del manuscrito puede ser una de las razones que explican la desproporción entre el acervo francés y el español de la epopeya que hoy poseemos; pero también merece un intento de explicación por qué en Francia se copiaron manuscritos de biblioteca y no en España. No deja de extrañar que en la brillante corte de Alfonso el Sabio, en la que se confeccionaron tan bellos y monumentales manuscritos con obras en verso y en prosa del monarca, no se transcribieran las antiguas gestas castellanas, por las que éste sentía tanta admiración.


Las prosificaciones de gestas

Y aquí, precisamente, debe encontrarse parte de la solución de este problema. Característica propia de la historiografia castellana es la admisión de temas históricos transfigurados por la leyenda y su aceptación, o a veces rechazo, como fuentes; y esta actitud frente a cantos, cantares o incluso fábulas, que los juglares divulgaban y por los que el erudito historiador sentía a veces predilección y respeto y otras consideraba no aceptables, aparece con gran frecuencia en la Primera Crónica General, que desde el año 1270 mandó redactar y revisó Alfonso X, y en sus numerosas refundiciones. Véase cómo el rey Sabio se opone a las fantasías históricas que conocemos gracias al Cantar de Roldán: «Et algunos dicen en sus cantares et en sus fablas de gesta que conquirió Carlos en España muchas econtad et muchos castiellos, et que ovo í muchas lides con moros.. » y añade que hay que dar crédito a los escritos serios de los historiadores y «non a las fablas de los que cuentan lo que non saben». Hay aquí el rechazo de la información juglaresca de la epopeya («cantares… fablas de gesta») cuando recogen y divulgan lo que en verdad no puede admitirse.

Con más frecuencia se encuentran en la Primera Crónica General y sus derivaciones claras referencias a relatos juglarescos sobre la historia legendaria de España, y muy a menudo se tienen en cuenta como auténticas fuentes de información sobre lo ocurrido en el pasado: «Et algunos dizen en sus cantares et en sus fablas», «et dizen algunos en sus cantares, segund cuenta la estoria», «et algunos dizen en sus romances et en sus cantares», «et dizen en los cantares de las gestas», etc. Alguna vez Alfonso el Sabio halla discrepancias entre lo que se lee en historiadores profesionales que escriben en latín, como las tan conocidas crónicas de Rodrigo Ximénez de Rada y de Lucas de Tuy, y lo que narran los cantares de gesta, y no se abstiene de señalar la discrepancia, otorgando tanta autoridad al cronista como a la epopeya; y así cuando trata del asesinato del último conde de Castilla duda si «fue como el econtado y don Lucas de Tuy lo cuentan en su latín» o como «dize aquí en el castellano la estoria del romanz dell infant García».

Este respeto histórico a lo que narran las gestas llevó a la historiografía erudita española, tanto en castellano como en catalán, a incorporarlas a los libros mediante el procedimiento de la prosificación. Como es natural, en estas serias obras historiográficas escritas en prosa no se podían alterar el estilo ni la andadura intercalando relatos en verso; y bastó una sencilla operación de eliminar rimas y añadir y quitar algunas palabras para borrar la métrica, y así convertir el texto de un cantar de gesta en capítulos de una crónica.

Algunas veces los autores rehacían con intensidad y libertad los cantares, de suerte que su estructura original queda como esfuminada; pero en otras, afortunadamente, tal vez por pereza, reprodujeron los cantares con muy pocas alteraciones. Gracias a esto podemos salvar medio millar de versos de la perdida gesta sobre los siete infantes de Salas y conocemos varias versiones del Cantar del Cid, entre ellas la prosificada en la llamada Crónica de Veinte Reyes, que sigue un texto muy similar al transmitido por el manuscrito único de la gesta, y otros cantares, la mayoría de ellos no conservados en su forma versificada genuina.

Esto lleva a considerar que en España no eran tan necesarios como en Francia los manuscritos de cantares de gesta que llamamos de biblioteca. La gente culta que sentía curiosidad por las viejas leyendas podía leerlas cómodamente en las crónicas eruditas en vulgar, donde aquellas leyendas habían quedado incorporadas o incrustadas, conservando gran parte de su estilo y de su tono poético. Claro está que el hecho de que los cantares de gesta españoles sean, en principio, más fieles a la historia que los franceses contribuyó no poco a que la inserción de aquéllos en obras históricas no supusiera un proceder disparatado.

Las gestas y el Romancero

Pero en Castilla ocurrió otro fenómeno que no se dio en Francia. La recitación juglaresca fue allí muy intensa y muy apreciada, y el público que escuchaba cantares de gesta se aprendió de memoria, tanto en la letra como en la tonada, fragmentos destacados, emotivos o truculentos de las leyendas que oía. Nunca podremos imaginar bastante lo que suponía, en la monótona y tediosa vida de un pequeño pueblo medieval, sin distracciones ni diversiones de ningún género, la llegada de un juglar ambulante. En la plaza mayor dejaba oír sus gestas ante un público lleno de curiosidad y de interés, y consta que al llegar a los episodios culminantes los recitaba con especial detención, y que, a demanda de los oyentes, los repetía, como puede hacer hoy un pianista que accede a la petición de bis del auditorio. Al marcharse el juglar, en aquel pueblo había quedado algo muy importante: un fragmento de gesta, que los campesinos se habían aprendido y que repetirían más y más veces y con deformaciones involuntarias o conscientes. Así de las gestas se desprendieron fragmentos episódicos, que el pueblo llamó romances, de los que en España se han recogido miles y miles, con versiones distintas de cada uno, y que constituyen el rico tesoro del Romancero. Adviértase que no todo el Romancero se originó así. ni que todos los romances conocidos proceden de gestas.

En Francia no se da nada similar al Romancero castellano. Francia tiene un rico arte popular, pero su brillante y extensa epopeya se fue olvidando a partir del siglo XVI. Y es bien notable este olvido, e incluso menosprecio, de la Francia de la Edad Moderna hacia su más brillante literatura medieval en acusado contraste con lo que ocurrió en España. El gran teatro dramático francés del Grand Siécle, cuyas figuras señeras son Corneille y Racine, admite leyendas procedentes de la epopeya y de la tragedia griegas, asuntos de la historia de Roma, de la Biblia y de los primeros tiempos del cristianismo, e incluso dramatiza temas de leyendas castellanas; pero da la espalda a la rica y vigorosa temática de las grandes leyendas de Carlomagno, de Roldán, de Ogier o de Renaut de Montauban, personajes que en aquel mismo Grand Siécle, al otro lado de los Pirineos, celebra el campesino castellano en sus romances.

El Romancero de procedencia épica vitaliza la persistencia de los temas de los cantares de gesta castellanos y los ofrece al gran teatro español del Siglo de Oro. Durante el XVI la imprenta divulga más todavía el Romancero tradicional español en pliegos sueltos, cancioneros y silvas; y, por otra parte, en 1541 se publica la Crónica General de Florián do Campo, lejana derivación de la econta, pero que mantiene capítulos con textos derivados de antiguas gestas. De esta suerte, cuando ya han desaparecido totalmente los juglares –la invención de la imprenta fue su tiro de gracia-, la materia de la antigua epopeya tradicional se repopularizó, y su dramatismo y su belleza hicieron que se prendaran de estos relatos escritores de gran cultura y de ingenio, que trascendían a todas las clases sociales, desde el analfabeto hasta el humanista. Y estos escritores doctos –Guillén de Castro, Lope de Vega, etc—, inspirados en el Romancero, que les brindaba el estilo, y en la lectura de la Crónica General, que les proporcionaba el «argumento», dieron nueva vida a las leyendas épicas castellanas con el teatro de asunto legendario, cuya columna vertebral es precisamente el verso octosilábico de romance.


José María Valverde Pacheco y Martín de Riquer

"La épica medieval"

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